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Crítica de la Película: Delicious (Netflix)

Cuando pensamos en historias que mezclan arte culinario, historia y revolución social, pocas producciones logran equilibrar esses elementos con tanta delicadeza y estilo como lo hace Delicious, disponible en Netflix. Esta película francesa, dirigida por Éric Besnard, nos transporta a la víspera de la Revolución Francesa y nos invita a un banquete visual, emocional y sensorial que va mucho más allá de la comida.

Pero, ¿qué hace que Delicious se destaque entre tantos dramas de época? En este artículo, exploraremos los ingredientes que componen esta obra: su trama, personajes, dirección de arte, ritmo narrativo y su mensaje profundo sobre libertad, pasión y resiliencia.


Una historia que empieza en la cocina, pero habla de libertad

Ambientada en el siglo XVIII, Delicious sigue los pasos de Pierre Manceron (Grégory Gadebois), un talentoso pero subestimado chef que es despedido por atreverse a innovar en la cocina de su noble patrón. Tras este rechazo, Pierre se refugia con su hijo en una posada aislada, donde jura nunca más cocinar. Sin embargo, la llegada de una misteriosa mujer llamada Louise (Isabelle Carré) cambiará su vida y lo motivará a volver a los fogones con un propósito más profundo: abrir el primer restaurante accesible al pueblo.

La película parte de un conflicto íntimo para abrirse a cuestiones más amplias: la lucha de clases, la emancipación personal y el derecho a saborear la vida —literal y metafóricamente— sin restricciones impuestas por la aristocracia.


Personajes que despiertan empatía con cada mirada

Uno de los puntos más altos de Delicious es la forma en que los personajes están construidos. Pierre Manceron, con su apariencia ruda y su corazón sensible, representa a aquellos que han sido silenciados por un sistema injusto. Louise, en cambio, es el símbolo de la valentía femenina en un tiempo en que las mujeres eran constantemente subestimadas.

Ambos actores entregan actuaciones llenas de sutilezas. Sus silencios, miradas y gestos comunican más que largos diálogos. Y el elenco de apoyo también brilla, especialmente Benjamin Lavernhe como el arrogante Duque, que encarna a la perfección la prepotencia y el desprecio de la aristocracia.


Dirección de arte que da hambre (y ganas de vivir en el set)

La estética de Delicious es simplemente deslumbrante. Cada escena parece una pintura: los colores terrosos, la luz natural, los tejidos, los utensilios de cocina antiguos… todo está cuidado hasta el más mínimo detalle.

Las escenas gastronómicas son dignas de un programa de cocina de lujo. Los planos cerrados en los ingredientes, el sonido de las preparaciones, la música suave de fondo: todo está pensado para que el espectador casi pueda oler y saborear cada plato.

La comida aquí no es solo comida. Es arte, es expresión, es revolución.


Ritmo tranquilo, pero con sabor persistente

Es importante destacar que Delicious no es una película de ritmo acelerado. Su narrativa se cuece a fuego lento, como un buen guiso. Hay momentos contemplativos, silencios intencionales y escenas que se prolongan más de lo esperado. Y eso puede incomodar a quienes buscan acción o giros constantes.

Sin embargo, esa lentitud es parte del encanto. La película invita a bajar el ritmo, observar los detalles, disfrutar de cada diálogo, de cada gesto. Como una comida bien servida, Delicious se saborea mejor sin prisa.


Una metáfora culinaria sobre revolución y cambio

En el fondo, lo que Delicious propone es una gran metáfora: así como Pierre decide ofrecer comida buena a quienes nunca habían tenido acceso, también nosotros podemos (y debemos) compartir lo que sabemos, lo que creamos y lo que tenemos con quem ha sido excluido.

La apertura de su restaurante no es solo un acto comercial. Es un acto de resistencia, de ruptura con un sistema elitista. Es el inicio de algo más democrático, inclusivo y humano. Un espacio donde todos pueden disfrutar, aprender, compartir y celebrar.


¿Vale la pena ver Delicious?

Definitivamente sí, pero con las expectativas correctas. Delicious es una obra para quienes aman el cine sensorial, detallista y emocional. No es una película para ver con el celular en la mano ni para “matar el tiempo”. Es un film para degustar, para contemplar y para dejarse emocionar.

Su mezcla de historia, gastronomía, sensibilidad y crítica social la convierte en una experiencia cinematográfica única. Y, por si fuera poco, deja un mensaje inspirador sobre cómo las pequeñas acciones (como preparar una comida) pueden transformar vidas.


Conclusión: Un festín cinematográfico

Delicious honra su nombre no solo por el festín visual y gastronómico que ofrece, sino por el sabor emocional que deja al terminar. Es un recordatorio de que la belleza está en los detalles, de que la pasión por lo que hacemos puede romper muros, y de que la comida, en su esencia más pura, une personas.

Si te atraen los dramas históricos, las tramas inspiradoras y las películas que despiertan todos los sentidos, Delicious es un banquete que no te puedes perder.

Y tú, ¿ya la viste? ¿Qué plato de tu historia personal te hizo sentir más libre?

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